El sueño se clasifica en cuatro tipos: adormecimiento, sueño ligero, sueño lento y sueño profundo.
En el recién nacido, el sueño suele durar entre dieciséis y dieciocho horas de media, pudiendo llegar hasta mínimos de once horas y unos máximos de veintitrés horas. A media que el bebé crece, el sueño nocturno se prolonga con relación al sueño diurno de manera que el primero debería ocupar un 88 % del tiempo total y el sueño tranquilo aumenta claramente (70 %). Poco a poco, aparecen los cuatro estadios de profundidad del sueño.
Cuando el niño tiene 1 año de edad, el niño duerme de trece a catorce horas cada día y necesita hacer la siesta al menos hasta los 2 años aunque algunos niños siguen durmiendo por las tardes hasta los 6 años. A los 4 años se suele dormir de once a doce horas y cuando ya tiene los 16 años, aproximadamente, el sueño tiene una duración semejante a un adulto, unas ocho horas.
A lo largo del segundo año de vida, la progresiva conciencia que el niño tiene sobre la dependencia respecto de sus padres puede llevar a algunos de ellos a tener dificultades para dormirse. Las causas pueden ser el miedo a la oscuridad o al aislamiento de estar en una habitación diferente. Para tranquilizarlo se pueden seguir algunos rituales antes y en el momento de acostarlos; por ejemplo, bañarlo, contarles un cuento o habituarse a un peluche, entre muchas otras soluciones.
En el período de adolescencia se pueden padecer trastornos del sueño a causa de una excesiva excitación o a problemas personales. La solución de tomar algún calmantes o medicamento específico para el sueño son útiles pero siempre bajo prescripción médica. De todos modos, estos trastornos deben tratarse globalmente y suelen tener un fuerte componente psicológico.
El despertar nocturno es normal en los niños hasta los 3 meses de vida aproximadamente. Normalmente, es por culpa del hambre, aunque pueden existir otras causas: trastornos digestivos, ruidos exteriores, padres inquietos que hacen que el niño se angustie...
Estos trastornos pueden reaparecer más tarde, entre el año y los 4 años (véase p. 247). En los adolescentes, el insomnio nocturno (despertarse por la noche o muy temprano) suele deberse a los sueños. Los motivos son complejos y pueden provenir de problemas personales o familiares.
Autoacunamiento/balanceo. A veces, y ya a partir de los 4 meses, el niño se balancea rítmicamente durante la fase de adormecimiento y, en algunos casos, se da golpes o hace ruidos más o menos violentos. En general, este autoacunamiento no es patológico aunque, en algunos casos, puede reflejar trastornos del desarrollo o del aprendizaje.
Existen muchos otros asociados directamente e indirectamente con el sueño. Por ejemplo, el bruxismo o rechinamiento de dientes que provoca el desgaste de los dientes. Otro problema son las pesadillas o terrores nocturnos que suelen aparecer a temprana edad.